esta eterna carencia del seis doble
te obliga a comenzar la partida
con una espantosa cojera
a que deseches la idea de cualquier
ataque
a la improvisación ciega de una
defensa deslucida
a este braceo sin sentido
para no ahogarte en todos los minutos
y a vivir en las negras oquedades
de tus fichas
que nunca fueron
ni serán
de nácar blanco
y cuando tu compañero cierra
ves aún entre tus dedos
un cuatro descendido a la cuarta
potencia
la enésima raíz de tu yo
reflejado en mis ojos
y comprendes al fin
que los otros tres flancos de la
mesa
también
y una vez más
están ocupados
únicamente por ti