Yo, bien ¿y usted, madre?, parece fatigada. Siéntese
ahí en la mecedora del porche y descanse. No salga al patio, no vaya a
resfriarse. Ya termino, creía que esto iba a ser más fácil, pero es que la
tierra está helada. Una mañana muy fría, y esta maldita niebla, ¿cuántos días
llevamos sin ver el sol?, ¿es que esta maldita niebla no se va a ir nunca? Este
va a ser un lugar de lo más agradable, verá qué bonito cuando florezca el almendro.
Tengo que dejar escrito que quiero que me entierren justo aquí, a la sombra de
este árbol, qué sorpresa se van a llevar. Bueno, creo que ya es suficiente. He
terminado. Pero no, no se levante madre, espere que yo llegue y la ayude. Venga,
arriba. Debería perder unos kilos, madre, pesa demasiado y no es bueno a estas edades.
Un poquito más, un poquito más, ya casi estamos. Mire, parece que por allí asoma
el sol, es una pena que no pueda verlo. Esta maldita niebla, madre.
¿Cuántas víboras cabrán en este morral?
El límite entre escribir y defecar es una línea muy fina. Charles Bukowski. BLOQUEADO.
lunes, 5 de noviembre de 2012
miércoles, 5 de septiembre de 2012
OTRA CENA CON AMIGOS
JUAN PEDRO RODRÍGUEZ MURILLO
–¿Cómo narices corto esto?
–Pregúntale a Laura, ella amputa a
menudo.
–¡Laura!, ¿cómo se dejan los
muñones?
Laura sorbe, de su vaso de plástico,
las últimas gotas del merlot y dice:
–Redonditos. Los muñones, hay que dejarlos redonditos.
martes, 3 de julio de 2012
De tiza
JUAN PEDRO RODRÍGUEZ MURILLO
Desperté con una erección tremenda. Mi mujer seguía en casa, preparándose
para ir al trabajo. Me levanté, caminé de puntillas, la observé en silencio y,
justo antes de que saliera por la puerta, me abalancé sobre ella. Allí en el
suelo y ante esos ojos que me miraban sin reconocerme, me la follé. Y al
correrme se esparció una idea, un deseo. Le dije que no se moviese, que se
quedara ahí tirada. Busqué una tiza y dibujé su contorno sobre la tarima. Solo
te falta acordonar la zona, me dijo mientras se recolocaba la ropa. Yo me reí y
ella, al ver su silueta, se rió. Los dos volvíamos a reír. Así que empezamos a
hacerlo por el suelo de toda la casa. Al terminar quedaba el dibujo de una
silueta, siempre la suya. Pero comprendí que algo no iba bien, que los perfiles
que yo deseaba trazar eran de muertos. Y a un muerto no se le puede matar dos
veces. Me he deshecho de ella. Ahora por casa desfilan mujeres de todo tipo; hombres
también. Pero nadie repite. Y de sus cuerpos, un contorno de tiza es lo único
que me quedo.
martes, 8 de mayo de 2012
Oportunidades
JUAN PEDRO RODRÍGUEZ MURILLO
Abro el libro por la página 37;
la 39 y la 41 se despegan. Las veo planear desde mis manos hasta el suelo. Lo cierro
y me agacho a recogerlas. En ese momento me doy cuenta de que los números han
desaparecido. Rápidamente abro el libro para ponerlas en su lugar. De nuevo, la
página 37. Antes de colocar las que se han caído, la 43 y la 45 empiezan a
volar y sus números y algunas palabras, a medio vuelo, se separan de ellas. Caen
las páginas a un lado, los números y las palabras a otro. Agarro el libro y lo
sacudo con fuerza. Páginas, números y palabras empiezan a caer. Tengo la
historia a mis pies y la oportunidad de reescribirla.
viernes, 20 de abril de 2012
Saturno llega a casa
JUAN PEDRO RODRÍGUEZ MURILLO
–¿Tienes hambre? –pregunta ella.
–No mucha,
la verdad –dice él.
Ella se
acerca a su hija y le saca la manzana de la boca.
La niña respira larga,
profundamente, y dos lágrimas idénticas se le caen de los ojos. Recoge su ropa
y, dándose la vuelta, empieza a vestirse.
A fuego lento y trinchados en la parrilla, los gemelos terminan de hacerse.
jueves, 19 de abril de 2012
domingo, 4 de marzo de 2012
Dominó
JUAN PEDRO RODRÍGUEZ MURILLO
esta eterna carencia del seis doble
te obliga a comenzar la partida
con una espantosa cojera
a que deseches la idea de cualquier
ataque
a la improvisación ciega de una
defensa deslucida
a este braceo sin sentido
para no ahogarte en todos los minutos
y a vivir en las negras oquedades
de tus fichas
que nunca fueron
ni serán
de nácar blanco
y cuando tu compañero cierra
ves aún entre tus dedos
un cuatro descendido a la cuarta
potencia
la enésima raíz de tu yo
reflejado en mis ojos
y comprendes al fin
que los otros tres flancos de la
mesa
también
y una vez más
están ocupados
únicamente por ti
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