–¿Tienes hambre? –pregunta ella.
–No mucha,
la verdad –dice él.
Ella se
acerca a su hija y le saca la manzana de la boca.
La niña respira larga,
profundamente, y dos lágrimas idénticas se le caen de los ojos. Recoge su ropa
y, dándose la vuelta, empieza a vestirse.
A fuego lento y trinchados en la parrilla, los gemelos terminan de hacerse.