sábado, 26 de febrero de 2011

¿Cuántas malas historias salen de un inicio cojonudo? III

Una mañana, tras un sueño intranquilo Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto.

Otra más.
AMANECER

JUAN PEDRO RODRIGUEZ MURILLO

Una mañana, tras un sueño intranquilo Gregorio Samsa se despertó convertido en un hombre desdentado. Notaba como sus dientes se movían, con total libertad, dentro de su boca. Se incorporó y escupió, una a una, las 32 piezas en el orinal de porcelana blanca. El ruido metálico de los dientes chocando contra la loza se elevó y propagó por la casa, mezclándose con un sollozo cercano.

Era Greta, su hermana. Fue a su habitación y la encontró tirada en el suelo, escupiendo, uno a uno, sus dientes en el orinal.

Aturdidos, juntos, en lánguida procesión, fueron hasta la cocina, con los orinales en la mano, acompañados por el tintineo de los dientes al rodar sobre la cerámica. Y allí estaban sus padres. Cabizbajos, mirando la mesa. Sobre el mantel grisáceo, dos montículos de marfil.

jueves, 24 de febrero de 2011

¿Cuántas malas historias salen de un inicio cojonudo? II

Una mañana, tras un sueño intranquilo Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto.

Ahí van dos más.

CARLOS ALCAIDE

I
A KAFKA

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto; es decir, ya sabes quien soy yo, desde entonces, Franz.


II
NATURALMENTE

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. A la mañana siguiente, tras una noche apacible, Estefanía Gomgrobich se despertó convertida en una espantosa rana. No mucho después naciste tú, y padeces insomnio, sempiterna serpiente del jardín del Edén.

viernes, 18 de febrero de 2011

¿Cuántas malas historias salen de un inicio cojonudo?


 

Una mañana, tras un sueño intranquilo Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto.
Ahí va la primera.


VIDAS

JUAN PEDRO RODRÍGUEZ MURILLO


Una mañana, tras un sueño intranquilo Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto.
Volvía a la vida dentro de su habitación embrionaria. Pero no podía creerlo. No, otra vez, no. ¿Hasta cuándo iba a durar esto?, se preguntó su cerebro de humano recluido una vez más dentro de un ser inferior. ¡Qué infame creador ha podido idear una broma tan retorcida! Y no había manera de escapar. Morir y renacer, en una cadena sin fin, hasta lograr ser de nuevo una persona.
Intentó hacer algún sonido, imposible. Enfurecido se lanzó contra la ventana. Chocó torpemente con sus alas membranosas. Nada. Volvió a la cama y desde ahí repitió su vuelo suicida. Golpeó el vidrio con la parte baja y más dura de su cuerpo, y esta vez, aterrizó en el suelo boca arriba sobre un lecho de cristales. El estruendo se propagó por toda la casa.
Rabindranath Devi, colega y compañero en este absurdo proyecto vital, se levantó sobresaltado y sin ni siquiera vestirse corrió a encontrarse con su amigo muerto. Había terminado el proceso de renacimiento, seguro, pero… “¿En qué ser se habría convertido Gregorio?”, se preguntaba.
Entreabrió la puerta con cuidado. Nadie en la cama. Metió la cabeza por el pequeño hueco y vio la ventana rota. Debajo de ella una descomunal chinche movía con rabia sus patas. Intentaba darse la vuelta. “¡Pobre Gregorio!”, se dijo. Se acercó y lo ayudó a voltearse. Durante un segundo creyó ver agradecimiento y tristeza en sus ojos, incluso pensó que lo reconocía. Pero no. La chinche saltó hacia su pierna desnuda y se encaramó a ella, en ese instante pudo sentir el dolor agudo de su picadura. De un manotazo la lanzó contra la pared y nada más caer pisoteó la cabeza de su amigo. Un crujido mortal. Un líquido verdoso y denso salió despedido de la chinche salpicándolo todo y escurriéndose entre sus pies. El repugnante olor que trepaba por su cuerpo y contaminaba la habitación lo mareó. Se llevó una mano a la boca para, con gran esfuerzo, contener una arcada. Tomó fuerzas y se agachó.
             –Descansa de nuevo en paz, Gregorio –dijo Rabindranath recogiendo, con lágrimas en los ojos, el asqueroso bicho del suelo, y arropándolo otra vez con la acartonada sábana, cansada de amortajar, día tras día, los sucios cadáveres del Sr. Samsa–. Mal vamos compañero si para unos minutos que vives, solo te dedicas a hacer daño. El karma no perdona Gregorio –susurró mientras cerraba la puerta de la habitación mortuoria y se alejaba. Sintiendo de nuevo esa soledad, echando de menos a su amigo.

domingo, 13 de febrero de 2011

¿Por qué?

¿Por qué?, me preguntan y yo que no soy de esos que dan explicaciones respondo: y… ¿por qué no?

Podría extenderme y decir que Carlos está más enfermo que yo, que ya no tiene cura. Que es un jodido malabarista. Un jugador empedernido que juega con las palabras, con los sujetos, con los predicados, hasta volverlos completamente locos. Hasta volvernos completamente locos.

Y tiene un blog, aunque, todo hay que decirlo, lo tiene abandonado.


Carlos es un tipo que cuando le dices que escriba algo sobre su vida escribe cosas como esta:


AUTO(r)BIOGRAFÍA

Desde entonces, sin una respuesta elemental, me lanzaron entre muchos a la incongruencia. No me arrepiento de haber nacido, sí del lugar, demasiado lejos del sol para tener la voz en carne viva y no significar siquiera yo, porque la palabra, ya tronco a la deriva, a medida que trataba de decir algo más complejo que buenos días, rompía sus esclusas, se despeñaba por mil acantilados más huérfanos aún, y se alejaba, inapresable y múltiple, llegando a no encontrarme en lo que estaba escrito.
Y puede ser, por tanto, que escriba, mientras pueda, así me lo parece, simple o llanamente por abrir mi hoyo o cerrarlo de golpe injuriando la cal de un ojo que pesa más que todo y menos que nada. Escribo, es probable, por no sentir tan a solas la angustia vital del escuerzo o de la escolopendra, por tener hierro en las uñas y sal en la luz que luego fuera sombra en donde la esperanza, o viceversa incluso: para sobrevivir es imprescindible, único medio de no derramarse, contra corriente, por los huecos sin fondo que el vacío diseña sin reposo en cada transparencia teñida de dolor o en su memoria fría. Escribo, ya bien lo habrás notado, para engañarme un poco, por rellenar espacio y simular un tiempo.
De momento, también se acaba esto, diré que sigo siendo Carlos -si es que me contradicen o es que me ningunean-; ese otro que quiere ser el mismo en cada rotación aunque se llame tú, por ejemplo; apenas este nombre colgado del olvido en pos de lo indecible a punto caer el día menos pensado en manos de la dicha, ya sin presencia y plena, para poder ser alguien, completo y verdadero, de nuevo en lo inefable.

CARLOS ALCAIDE


Y tal vez alguien me pregunte ¿por qué?, pues por esto, joder. Por esto pasamos las mañanas de los domingos alrededor de una mesa de cristal con un bolígrafo en una mano, una cerveza en la otra y los cerebros licuados acercándose cada vez más al punto de ebullición.

Y aún habrá alguno que siga preguntándome ¿pero por qué?

Y a mí ya solo me queda por responder: que te follen.

martes, 1 de febrero de 2011

ANA Y LA ALEGRÍA

JUAN PEDRO RODRÍGUEZ MURILLO

            Hace unos meses, mientras corría por las afueras de Getafe, encontré, entre unos matorrales, este papel:


  


            Corre, aunque muy despacio, el año 38. Unos cuantos pobres diablos defendemos, del ataque fascista, el frente sur de la capital del país.
            L.S. tiene heridas de guerra, como todos. Se pasa el día acariciándose las costras. Se escupe en los ennegrecidos y agrietados dedos y los pasa sobre las pústulas, irregulares relieves suaves y rojizos. Dice que le recuerdan,  –aunque en realidad imagina– a unas islas caribeñas. Islas soñadas en las que piensa vivir cuando termine esta maldita guerra.
            A.C. se ha vuelto loca, pero como todos. Se pasa el día afilando un cuchillo. Dice que va a despellejar de arriba abajo a una vieja rubia del bando contrario. La verdad es que se lo merece, es una asquerosa ricachona que siempre ha hecho lo que le ha dado la gana, es hora de que alguien la ponga en su lugar. Alimento de gusanos. Mientras tanto, A.C. anda por ahí con su roído mono de miliciana sin nada debajo. Sí, se ha vuelto un poco loca.
            C.G. está pensativa, busca algo pero, como todos, no recuerda donde lo guardó. Se pasa el día con una andrajosa esterilla de paja bajo el brazo. No hay forma de que la suelte. Parece dulce pero es sanguinaria. ¡Pobre del fascista que caiga en sus manos! Pelea como si cada batalla fuese la última. Sabe que no depende de ella. Tiene muy claro eso del destino.
            A.G. echa de menos sus plumas. Se pasa el día canturreando viejas canciones de cabaret. Añora esas noches de aplausos y pétalos de rosa sobre el escenario. Piensa que nadie conoce su vida secreta. Canta mientras cava la trinchera, mientras dispara su fusil, mientras prepara su famoso guiso de setas. Siempre. Aún sueña con volver a ser la diva que fue, sueña con triunfar, con su voz quebrada, en el Moulin Rouge. ¡Ojalá lo consiga!, ¡Ojalá, lo consigamos todos!
            Y yo estoy aquí, escribiendo esto en cuclillas, cagando entre unos matorrales, con el fusil al lado y la cabeza en todos y en ningún lugar, como todos. Escribo porque hay que contar lo que ocurre, la verdad. Porque los libros de historia mienten. Porque la historia la escriben los vencedores y, tal y como veo el panorama, creo nadie sale vivo de aquí. Pero ahora que lo pienso, he escrito esto en el papel que traía para limpiarme el culo. Bueno, qué importa, supongo que algún camarada estará escribiendo en alguna parte, contando lo que realmente ocurre aquí, en el frente de Getafe.