martes, 3 de julio de 2012

De tiza

JUAN PEDRO RODRÍGUEZ MURILLO


Desperté con una erección tremenda. Mi mujer seguía en casa, preparándose para ir al trabajo. Me levanté, caminé de puntillas, la observé en silencio y, justo antes de que saliera por la puerta, me abalancé sobre ella. Allí en el suelo y ante esos ojos que me miraban sin reconocerme, me la follé. Y al correrme se esparció una idea, un deseo. Le dije que no se moviese, que se quedara ahí tirada. Busqué una tiza y dibujé su contorno sobre la tarima. Solo te falta acordonar la zona, me dijo mientras se recolocaba la ropa. Yo me reí y ella, al ver su silueta, se rió. Los dos volvíamos a reír. Así que empezamos a hacerlo por el suelo de toda la casa. Al terminar quedaba el dibujo de una silueta, siempre la suya. Pero comprendí que algo no iba bien, que los perfiles que yo deseaba trazar eran de muertos. Y a un muerto no se le puede matar dos veces. Me he deshecho de ella. Ahora por casa desfilan mujeres de todo tipo; hombres también. Pero nadie repite. Y de sus cuerpos, un contorno de tiza es lo único que me quedo.


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