JUAN PEDRO RODRÍGUEZ MURILLO
Juan Pedro Rodríguez, ¿misántropo?, seguro; ¿seguro?, seguro. ¿“Sociópata”?, a veces; y... ¿escritor?, sí, siempre, bueno a ratos, no sé. Juntasílabas tal vez, coseletras, apilafrases, borroneador de folios maltrechos.
Juan Pedro Rodríguez, ¿misántropo?, seguro; ¿seguro?, seguro. ¿“Sociópata”?, a veces; y... ¿escritor?, sí, siempre, bueno a ratos, no sé. Juntasílabas tal vez, coseletras, apilafrases, borroneador de folios maltrechos.
Sus obras más célebres fueron devoradas, por el detergente de lo correcto, de las chapas verdes de formica de los pupitres de escuelas rancias, de las puertas de las letrinas con olor a meado. Desterradas en fondos de armarios, cubiertas de pelusas blancuzcas, en cartulinas de colores dentro de carpetas siempre vacías. Quemadas en la hoguera del obligado olvido, sobres, sellos y pliegos de papel sin rayas garabateados de apariencias.
Nunca aprenderá a moverse por este mundo como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil (¡qué grande eres Cortázar!). Y nunca llegará a tiempo para darte un beso de buenas noches. Un beso que hace siglos dejó de prometer.
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